NOTA DEL EDITOR: Durante los últimos 25 años Fr. Christopher Hill ha sido sacerdote en la Iglesia de Santa Catalina (OCA) en Moscú. Habla fluidamente inglés y ruso y atiende a Cristianos Ortodoxos y que provienen de diferentes ambientes. Después de haberse formado en Inglaterra descubrió la belleza de la Iglesia Ortodoxa y se estableció definitivamente en Rusia. Esta es su historia.
“No sabíamos si estábamos en el cielo o en la tierra, ciertamente en ningún lugar sobre la tierra hay tal esplendor o belleza. No podemos describírselas a usted: sólo sabemos esto, que allí Dios habita entre los hombres y que sus oficios sobrepasan el culto de todos los otros lugares. No podemos olvidar esa belleza” (citado en “The Orthodox Church”, Timothy Ware, 1983, p.269)
Esto es lo que dijeron los enviados describiendo así sus experiencias del culto Ortodoxo en la iglesia más grande de la cristiandad, Santa Sofía en Constantinopla y lo que le informaron al gobernante del gran reino del oeste de Europa, de la Rusia de Kiev, el Gran Príncipe Vladimir.
Posteriormente Vladimir fue proclamado santo por la Iglesia Ortodoxa Rusa y hoy les resulta familiar a los moscovitas y a los que visitan la capital de Rusia a raíz de la monumental estatua erigida recientemente cerca del Kremlin. Se le atribuye el haber introducido el cristianismo en su pueblo en el siglo X. La abuela de Vladimir, la Princesa Olga, también recibió el bautismo Cristiano, pero este hecho fue más una iniciativa privada que una política de estado.
A pesar de su origen (antes de convertirse al cristianismo disfrutaba de la guerra y las fiestas y tenía numerosas esposas y concubinas) y del contexto político de su conversión (el hecho de adoptar la religión de su prometida, la princesa Ana de Bizancio, ciertamente fortaleció su imagen a los ojos de su hermano y potencial aliado, el emperador Basilio II), esta experiencia de haberse sentido atraído por la belleza del culto Ortodoxo, sigue siendo verdadera para gran cantidad de gente que ha tomado a conciencia la decisión de unirse a la Iglesia Ortodoxa de Oriente.
Esto es verdad seguramente en mi caso. La primera vez que entré en una iglesia Ortodoxa Rusa fue en septiembre de 1984 cuando había llegado a la ciudad provincial de Voronezh con alrededor de otros veinte estudiantes ingleses para sumergirnos durante 10 meses en el idioma ruso como parte de nuestros cursos. Uno de mis dos escritores rusos favoritos es Fedor Dostoevsky (el otro Nicolás Gogol) y por curiosidad decidí visitar una Iglesia, la que al principio me pareció exótica y totalmente diferente de las Iglesias Católicas y de las Protestantes y tal como la conocía por la obra teológica y filosófica de Dostoevski.
Mi impresión del culto ortodoxo, quizás no tan dramática como la que tuvieron los enviados rusos hace mil años en Constantinopla, fue sin embargo muy fuerte y duradera.. Fue lo que en griego se dice kairos: un momento en el que aparece repentinamente una visión penetrante, un darse cuenta instintivamente de una pertenencia. Admito que entendía muy poco del simbolismo de los actos litúrgicos de los sacerdotes con hábitos pesados y con barba y las palabras que cantaba el coro sin acompañamiento. Sin duda la majestuosidad del canto, el aroma del incienso y las vestimentas contrastaban fuertemente con la realidad de la arquitectura urbana, gris y monótona, de la era soviética.
Pero lo que me sorprendió más aún fue el sentido comunitario en el culto. Más arriba, elevándose a los cielos, estaba el iconostasio con las imágenes, no sólo de Cristo y la Virgen María, sino también de muchos santos que compartían con ellos una gloria celestial. Abajo había una multitud, principalmente de ancianas, pero también muchos jóvenes que hacían la señal de la cruz una y otra vez, todos mirando hacia el santuario y el iconostasio. Entonces los dos elementos -los santos del iconostasio y abajo los fieles- parecían constituir un todo integrado: la Iglesia triunfante y la Iglesia militante, un “cielo en la tierra”.
Hasta el día de hoy no puedo darle a la gente interesada en al Ortodoxia un consejo mejor que simplemente asistan al culto de la Iglesia Ortodoxa para captar la unidad de los fieles en el Cuerpo de Cristo. Cuando estuve en esa iglesia colmada la gente a cada rato me tocaban el hombro pidiéndome que pasara su vela a Cristo, a la Madre de Dios, a San Nicolás, a San Mitrófanes (el santo de la ciudad) y a otros santos. Me llevó un poco de tiempo darme cuenta que me pedían pasara la vela al lugar para poner las velas frente al icono del santo. Para los Cristianos Ortodoxos Rusos los santos no son figuras remotas, sino amigos íntimos, vivos, cuya intercesión pedimos frente a Dios.
Cuando ese día dejé la Iglesia quería saber algo más, pero esto sucedió en 1984, época en la cual la iglesia Rusa vivía en la Unión Soviética en un gueto social, ignorada por loas autoridades estatales o presentada por la propaganda antirreligiosa como un bastión de la superstición y el oscurantismo. La Iglesia principal de la ciudad podía estar cerrada por activistas del Konsomol para para disuadir a la gente de que entrara. No había librerías ni bibliotecas de la iglesia. La Iglesia no podía hacer obras de caridad ni educar — todo esto vendría mucho más tarde. Me tuve que contentar con conversaciones subrepticias con otros creyentes para saber qué significaba la Iglesia para ellos.
Durante los diez meses de mi estadía Voronezh asistí a la misma iglesia. Copié en un cuaderno las palabras del Credo y la Oración de Jesús que estaban en las paredes afuera de la iglesia escritas en las hermosas letras del idioma arcaico de la Iglesia Eslava para orientarme mejor en los servicios.
Fue poco tiempo antes de que dejara Voronezh que finalmente pude hablar con un sacerdote ruso ortodoxo llamado Padre Daniel, quién me aconsejó conectarme con la cabeza de la diócesis Ortodoxa Rusa en Gran Bretaña, el metropolita Anthony Bloom si seriamente deseaba unirme a la Iglesia Ortodoxa. Enigmáticamente el P. Daniel me había invitado a tener otra conversación pero cuando volví los servidores de la iglesia me dijeron que en ninguna circunstancia podría volver a verlo. Alguno de los “organismos” indudablemente había hablado con él acerca de relacionarse con los extranjeros.
Así que cuando volví a Inglaterra devoré cuanto libro pude sobre la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa; el más importante fue el libro clásico de Kallistos Ware La Iglesia Ortodoxa (1963) (¡mi vieja y manoseada copia que consulto mientras escribo este artículo!). Ahora conozco lo suficiente el idioma ruso como para leer libros de teología en ruso, que desgraciadamente no son de fácil acceso para la gente común.
Finalmente me uní a la Iglesia Ortodoxa Rusa en Oxford cuando cursaba mis estudios de postgrado. No me describiría como un “converso” a la Ortodoxia ( o como en broma, los rusos que hablan inglés, se refieren a ellos como “sobres”, ya que la palabra rusa para sobre es “konvert”) porque la Iglesia Ortodoxa ha sido y sigue siendo mi único hogar espiritual.
Al igual que la mayoría de la gente de mi generación fui bautizado en la Iglesia de Inglaterra, pero sólo iba a la iglesia para los casamientos y los funerales. Me crié en Manchester y no recuerdo ningún momento en que no fuera creyente, pero fue en la Iglesia Ortodoxa en Rusia que mi creencia encontró una expresión clara. Sin duda debo decir que el ser miembro de la Iglesia Ortodoxa Rusa me ha permitido ver mi herencia de cristiano de Inglaterra de manera más profunda y agradecida.
En el verano del 2015 visité los santuarios de dos de los grandes santos anglosajones, Cutberto y Beda el Venerable. Los sentimientos que experimenté no fueron diferentes de los que tuve en mis numerosas visitas al santuario de San Sergio Radonezh, que está en el monasterio dedicado a él que se encuentra a unas cuarenta millas al noreste de Moscú. En ambos lugares me sentí igualmente conmovido y en casa, en compañía de los que habían trabajado por Cristo y su Iglesia.
Mi primer encuentro con la Ortodoxia Rusa fue hace más de 30 años y me condujo por un camino que me llevó a ser sacerdote ortodoxo en Rusia después del colapso del comunismo a principios de los noventa. A lo largo del camino tuve más de un kairos, más de uno, los que fueron definiendo mi peregrinación en la fe, en encuentros con la gente y en varios acontecimientos.
A muchos les puede parecer una elección muy rara, especialmente a los que conocen la Iglesia Ortodoxa Rusa a través del prisma de la política en la que ahora vive y se mueve. Pero prefiero comparar la vida de la Iglesia Rusa con un océano: en la superficie por momentos parece calma, por momentos tormentosa, lo que hace que el viaje sea turbulento, pero en sus profundidades hay una armonía espiritual y una belleza que no pueden apreciarse fácilmente desde afuera.
La Iglesia rusa tiene sus imperfecciones, seguramente, como todas las organizaciones humanas, pero es un hogar y una familia, mi hogar y mi familia y a la que no hay que abandonar. Para los que quieran conocer la vida de la Iglesia Rusa con mayor profundidad basta con que sigan las palabras del Evangelio que me llevaron a donde hoy estoy: “Venid y ved” (Jn 1,39)
Fuente: moscowexpatlife.ru
Traductor: Juan Boló
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