Siempre me causó mucho conflicto la típica perspectiva occidental del infierno, según la cual Dios pareciera regocijarse con el sufrimiento eterno de sus creaturas y premiase a los demonios con la eterna satisfacción de sus crueles y sádicos deseos en contra del género humano. No me parecía del todo amoroso que Aquel de Quién nos dice la Biblia es el mismo Amor (1 Juan 4:8) proceder de tal manera. En mi consciencia surgían preguntas del estilo: ¿qué satisfacción había en ello? ¿Se complace Dios del sufrimiento de los pecadores? ¿Es justo dar una pena eterna por faltas temporales? ¿Cómo funciona la misericordia divina en la eternidad? ¿Cuál es el castigo para los demonios? Mi corazón se desanimaba ante tales dudas, y caía exhausto y triste ante el peso de tales dubitaciones, como un luchador abatido ante un rival invencible.
Incluso después de mi conversión a la Iglesia Ortodoxa, muy a mi pesar, conservé este concepto occidental del infierno; pero inclusive con dicho concepto, confiaba en la misericordia de Dios. ¡Cuán grande fue mi sorpresa y regocijo cuando me topé con las enseñanzas de San Isaac el Sirio, a quien, por cierto, desarrollé una gran veneración! No es que yo condicionase mi creencia en Dios a un concepto más "racional" del Infierno y esto fuera una suerte de “liberación”; sino que aún sin comprenderlo totalmente, cayó de mí el peso de creencias erradas que tenía enraizadas desde mi más tierna infancia, ante la visión de esa famosa pintura de El Bosco llamada El jardín de las delicias. Vayamos directo a las palabras del santo:
“Afirmo que aquellos que son castigados en la Gehena son azotados por el flagelo del amor
¿Qué puede ser tan amargo e intenso como el tormento del amor?
Quiero decir que aquellos que conscientemente pecaron contra el amor, sufren peor tormento de ello que de cualquier miedo al castigo.
Pues la tristeza causada en el corazón por el pecado contra el amor es más penosa que cualquier otro tormento.
Seria impropio de un hombre pensar que los pecadores en la Gehena están privados del amor de Dios.
El amor es fruto del conocimiento de la verdad que, comúnmente se confiesa, es dado a todos.
El poder del amor actúa de dos maneras: atormenta a los pecadores, así como cuando aquí un amigo sufre por causa de un amigo,
pero se vuelve una fuente de alegria para aquellos que cumplieron sus deberes.
Por lo tanto, yo digo que este es el tormento de la Gehena: un amargo pesar.
Pero el amor de Dios arroba las almas de los hijos del Cielo por su delicadeza”.
Santo Isaac, o Sírio, “Homilia 72: Sobre a Visão da Natureza dos Seres Incorpóreos, em Perguntas e Respostas. (Traducción hecha por mí y revisada por Felipe Bertoldo, hablante nativo del portugués).
¿Qué creencias exactamente desaparecieron de mí después de leer estas palabras? Para empezar, la creencia de que Dios tiene una actitud diferente respecto a los salvados y a los no salvados: a uno los ama y a los otros los odia. Cierto, en la Biblia se nos dice que Dios aborrece a su heredad (Salmo 106:40); pero Dios realmente no siente pasiones humanas, solamente se nos habla en un lenguaje que podamos entender. Según las palabras de San Isaac, en realidad Dios tiene la misma actitud hacia unos (de amor) y hacia otros; no obstante, es el estado de alma particular de cada uno, el que determina de qué manera esa presencia nos afecta. Quien "pecó contra el amor", tiene en esa presencia un terrible tormento, ¡incluso si esta es amor! No es “culpa” de la ira de Dios la tortura de los condenados; sino que cada uno cosecha lo que ha sembrado en su corazón. Dios no se complace con el sufrimiento del pecador, más bien este último no puede resistir Su luz, y como las creaturas nocturnas, se aleja de Él. Algo así como cuando alguien debido a la envidia, no resiste la presencia de una persona más exitosa o más talentosa de lo que ella misma es, aun cuando esa persona sea benevolente y cordial hacia la misma persona envidiosa. Dios no es un vengador, es eternamente misericordioso; pero Dios no puede hacer por nosotros lo que nosotros no decidimos hacer en nuestra vida… quiero decir que aunque Él se ofreció por nosotros en la Cruz para nuestra salvación, Él no puede arrepentirse por nosotros, ya que el arrepentimiento tiene que comenzar en uno mismo; si fuimos incapaces de arrepentirnos en nuestra vida, esa mancha se quedará en nuestra alma eternamente y por ello no podremos aguantar la presencia de Dios. ¿Qué beneficio habría en qué un maestro hiciera la tarea por el alumno para el mismo alumno?
También salió de mí la absurda creencia de que Dios "premia" a los demonios, dejándolos ejercer sobre los condenados las más variada clase de castigos para su diversión y contento por toda la eternidad. Mi concepción sobre ellos ha cambiado y ahora pienso en los demonios y en el Maligno, como los más atormentados con el Amor Divino, debido a su eterna incapacidad de volver a ser obedientes a Dios por causa de su infinito orgullo. Ellos, mucho antes que nosotros, ya experimentan el tormento del Amor Divino y la desesperación de no poder cambiar nunca su situación. Agradezcamos que nosotros aún tenemos oportunidad.
Ahora me doy cuenta de que las palabras del santo de Nínive, encontraron un eco en tiempos modernos en las palabras de mi escritor favorito, y quien fue vital en mi conversión a la ortodoxia: Fyodor Mijaílovich Dostoyevski que, en la boca de un personaje monástico, el stárets Zosima, se pregunta: “Padres y maestros, me pregunto: «Qué es el infierno?». Me lo explico así: «Es el sufrimiento de no poder volver a amar jamás». (Los hermanos Karamazov. Alianza, Madrid. 2014. Pág. 517). No fue hasta que leí después las palabras de San Isaac, que comprendí el sentido teológico de las palabras del autor ortodoxo ruso.
A día de hoy, cuando en mi consciencia salta el pensamiento del infierno, simplemente recuerdo las palabras del santo y del escritor, y mi corazón se tranquiliza, ya que puedo seguir creyendo en que mi Dios es puro amor, tal como los dice la Biblia, sin que ninguna objeción de mi caída inteligencia salte inoportuna en mi meditación sobre la otra vida, cosa que seguidamente me pasaba antes de mi conversión al cristianismo ortodoxo. Ahora pienso: si también a aquellos que fueron reconocidos como paja entre el trigo, Dios da su misericordia, ¿cuál podría ser mi angustia? Genuinamente creo que ninguna. Si acaso, mi actual preocupación respecto a la vida futura se reduce a una que debería ser común a cada uno nosotros cristianos, y es si estoy trabajando lo suficiente para estar entre aquellos a quienes no afectará negativamente la presencia eternamente amorosa de Dios. Ruego a Dios que así sea.
Presentación: Oscar Mauricio López Casillas. Mexicano. Criado en un hogar católico romano, pero ahora por la Gracia de Dios, un fiel más de la Iglesia Ortodoxa bajo la jurisdicción del Patriarcado Ecuménico en mi país. Egresado de la carrera de filosofía. Además de cuestiones relacionadas a mi carrera, tengo un fuerte interés por la teología y la literatura rusa.
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